Vosotras sois el regalo inesperado
Testimonios de algunas hermanas acerca de Juan Pablo II con motivo de su beatificación. Publicado en “La Razón” el 1 y 2 de abril de 2011
Juan Pablo II, en Cuatro Vientos, puso letra a lo que mi corazón clamaba cuando la más absoluta oscuridad embargaba mi vida. Dijo algo que mi corazón reconoció como el sentido último de mi vida: “Ha merecido la pena entregar la vida por Jesucristo”. Al oír esta frase, mis ojos se llenaron de lágrimas, pero mi corazón sencillamente se ensanchó. Juan Pablo II forma parte de mi camino de vuelta al Padre. Vi lo que yo quiero vivir.
Hna. Benedetta
Nunca hablé con él, nunca me miró ni me abrazó, pero en cada encuentro con Juan Pablo II me sentí profundamente conocida y querida por él. Su sola presencia despertaba en mí la posibilidad de una vida limpia, libre y grande. Era posible. Suscitaba en mí el deseo de vivir el cristianismo en verdad, puesto que no es una utopía. Al ver la presencia de Cristo en él, pensaba: ‘Cristo sigue vivo en los cristianos’.
Hna. Nazaret
Una tarde de verano, al pasar por la biblioteca del convento, un librito ‘saltó’ de una de las mesas llamando mi atención: era la encíclica ‘Dives in misericordia’ de Juan Pablo II. Hacía más de tres años que había vuelto a casa después de haberme marchado como el hijo pródigo en busca de una vida a mi propio gusto y medida. Estaba muy agradecida de la inmerecida segunda oportunidad que Dios me daba, pero había algo que me impedía abrazar del todo mi historia tal y como era. El Papa Juan Pablo II me tomó de la mano y me introdujo en las entrañas de misericordia de Dios, donde me descubrí profundamente amada y recreada en un amor que siempre me ha precedido y acompañado. Hoy vivo feliz mi consagración, anclada en su misericordia.
Hna. Rocío
Cuando Juan Pablo II marchó a la casa del Padre me dejó grabadas estas palabras en el corazón: “Es el tiempo de las grandes decisiones. ¡No tengáis miedo! Abrid las puertas de par en par a Cristo. No existe más que una tristeza: la de no ser santos”. Y junto con sus palabras, me dejó su vida como testimonio de esperanza: es posible que el Espíritu de Cristo tome por entero una vida y la transforme en don para otros. ¡Se puede vivir así! ¡Quiero vivir así!
Juan Pablo II me mostró la belleza del cristianismo, la alegría honda de la entrega de la vida por amor, el verdadero rostro de la Iglesia: radiante por ser de Cristo.
Hna. Saray
Juan Pablo II ha sido para mí, y sigue siendo hoy, buen pastor que busca a la oveja perdida hasta que la encuentra. He tenido la dicha de participar en seis Jornadas Mundiales de la Juventud convocadas por él y, aunque antes yo pensaba que le había seguido por medio mundo, ahora me doy cuenta que era él quien me seguía a mí, quien me buscaba para llevarme de la mano hasta el encuentro con Jesucristo, encuentro que me ha cambiado la vida. Hoy seguirá buscándome desde su nueva morada y velará para que no me pierda.
Hna. Isabel Mª
12 de abril de 1992, Plaza de San Pedro. Allí estaba yo, llena de indiferencia y de incredulidad. Pero lo más importante fue que allí estaba Jesucristo esperándome. Juan Pablo II pasó unos segundos junto a mí, me miró y me amó. Esto cambió radicalmente el rumbo de mi vida.
12 de abril de 1997, tras un año de postulantado y dos de noviciado me consagré a Dios en la Iglesia. ¡No puedo más que darle gracias!
Hna. Betania
Cuatro Vientos (Madrid), 2003. ¿Qué vi? Una Iglesia viva, la Iglesia viva. Una multitud inmensa gritando: ‘¡Esta es la juventud del Papa!’ y a Juan Pablo II extenuado, mirando con amor a sus hijos. Me sentí amada por la Iglesia. Y viendo cómo se agarraba a su cruz, vi, sentí que el Cristo que estaba clavado en ella tenía que estar vivo. Está vivo, no hay otra explicación. Está vivo y es posible entregar la vida como él.
Hna. Piedad
En la persona de Juan Pablo II he visto siempre la altura y belleza de vida que el cristianismo ofrece al hombre. Su existencia siempre ha señalado un único camino, una única verdad y un único gran amor: Jesucristo. Sus manos, su cuerpo, su ser entero, apoyados en la cruz de Cristo, han mostrado al mundo cómo vivir y abrazar cada instante de la vida con una dignidad, alegría y esperanza únicas.
Hna. Vera
París 1997, lo veía anciano y lleno de vida entre tantos jóvenes cristianos. Escuché de sus labios la respuesta de Jesús a los primeros discípulos: “Venid y veréis”. Lo dijo con convicción y certeza. Él sabía dónde vivía Jesús, lo había visto y se había quedado con Él para siempre. Esa fue la promesa que el Señor me regaló a través de Juan Pablo II: ‘Permanece en la Iglesia y conocerás dónde vivo para ti’. Aquel encuentro me cambió la vida. Juan Pablo II me mostró la belleza de la Iglesia.
Hna. Caná
Ver rezar a Juan Pablo II ha hecho que yo me ponga de rodillas ante Dios.
Hna. Mª Blanca
En 2003, vivía llena de prejuicios contra la Iglesia, el Papa… y sin fe. Por pasar tres días fuera de casa, fui a Madrid, y de ese pretexto se sirvió el Señor para ablandar mi corazón de piedra a través de un joven de 83 años.
Cuando pasó a mi lado, pude descubrir en sus ojos que Cristo me amaba. En Juan Pablo II descubrí la belleza de una vida entregada hasta el extremo, que el cristianismo tenía mucho que decir a mi vida y que la Iglesia, más que una enemiga, era un hogar donde yo tenía cabida y en donde no se me pedía nada que no fuera amar.
Juan Pablo II fue el inicio de mi conversión, y a raíz de aquel encuentro en Cuatro Vientos el Señor fue haciendo una historia de salvación en mí.
Hoy puedo gritar que amo a Jesucristo, amo a mi Madre Iglesia y amo al Papa.
Hna. Jaire
No sabía muy bien por qué aquella mañana de abril del año 1992 me desperté tan nerviosa. Me encontré esperando entre un montón de peregrinos, sin saber muy bien lo que esperaba. Me pasé toda aquella audiencia un tanto indiferente; pero de repente, cuando vi salir aquella figura blanca por el pasillo central, algo me sacudió con fuerza en mi interior y no pude menos que saltar hacia él y coger la mano de aquel hombre. Al contacto con la persona del Santo Padre sentí lo que él mismo había dicho años antes: “Si al menos una vez nuestros coetáneos pudieran ver y palpar a Cristo en nosotros, tal vez pudieran creer”.
Aquello fue más que un simple salto, fue mi salto vital en el que Cristo empezó a despertar con fuerza en mí al contacto con la persona del Santo Padre. Supe por qué esperaba… Cristo me esperaba a mí en la persona del Santo Padre.
Hna. Miryam
“Jóvenes, ¿qué habéis venido a buscar aquí?”, dijo el Papa Juan Pablo II en Roma el año 2000 y, después de preguntarlo repetidamente, contestó lleno de seguridad: “A Jesucristo”. Fue un encuentro entre Juan Pablo II y yo, un cruce de miradas en el que supe con certeza que me amaba a mí, que mi vida le importaba, y vi a un hombre lleno de alegría por vivir el cristianismo de verdad y que me invitaba: ‘Tú también puedes ser feliz’. Hoy soy muy feliz.
Hna. Belén
“¡Jesucristo, el Señor, es mucho más, mucho más!” (1987). A lo largo de muchos años, cuando mi fe y mi vida languidecían porque intentaba conformarme con una ‘fe a medias’ y una ‘vida a medias’, volvían a resonar, con su voz vibrante y vital, esas palabras de Juan Pablo II; entonces sentía de nuevo la fuerza de levantar la mirada y desear encontrar a Cristo vivo que yo veía en sus ojos. Juan Pablo II levantó mi fe y mi esperanza, y abrió en mi vida el horizonte que solo da la presencia viva de Cristo.
Hna. Paloma Mª
Nací en 1978, el año en que eligieron Papa a Juan Pablo II. He crecido escuchando su palabra, bajo su mirada y bendición. La vida radiante de Juan Pablo II me fascinaba y, cuando era pequeña, soñaba muchas veces que lo veía, que le abrazaba, que estaba arrodillada ante él.
El sueño se hizo realidad en diciembre de 2000, cuando pude estar un minuto apoyada en sus fuertes rodillas. El Papa estaba ya muy enfermo, pero ese día vi la belleza del hombre que se consume en la entrega a Cristo y a su Iglesia. Yo también quería seguir a Jesús, como él, pero tenía miedo, y le dije: ‘¡Santo Padre, rememos mar adentro juntos!’, y me sonrió. ¡Tengo un padre en el cielo que rema junto a mí!
Hna. Estela
Lo que más recuerdo de Juan Pablo II no es su propia persona, sino lo que despertaba a su alrededor. Lo vi dos veces en México; recuerdo cómo toda la ciudad salía a las calles para verlo pasar: animaba la fe y la esperanza de todos.
No sé qué era lo que tanto nos atraía: su sencillez, su forma de querer, su entrega… Nada más verlo pasar, el corazón estallaba de alegría; y no me sucedía solo a mí; en todos despertaba lo mejor de nosotros, nos mirábamos y nos queríamos sin conocernos y volvíamos a casa con la renovada ilusión de ser cristianos.
Hna. Lorena
En los ojos de Juan Pablo II pude ver a Dios: un Dios que, lejos de ser enemigo, es siempre bueno y tierno con el hombre. Su persona ha sido testimonio de la belleza y dignidad que da la fe a una vida. Con Cristo es posible una vida grande hasta el final. Gracias a él soy cristiana y consagrada para vivir apasionadamente.
Hna. Desirée
Cuando lo conocí en 2003, yo no tenía fe. Me encontré con lo que no sabía que buscaba. Gracias a él supe que ser cristiano merecía la pena, porque vi una belleza y una plenitud que no he visto fuera de Cristo. Su vida me hizo desear la santidad.
Hna. Verónica de Jesús
Yo me encontré con Juan Pablo II el día de su muerte. Un gran impulso hizo que fuese a la plaza de Colón en Madrid. No conocía a nadie y apenas había tenido contacto con la Iglesia, pero, al llegar y ver a miles de jóvenes congregados en oración, comprendí que aquel hombre seguía vivo, que Juan Pablo II seguía latiendo en el corazón de aquella gente y que él mismo me invitaba a adentrarme en esa aventura que dura toda la vida: el seguimiento a Jesucristo. Al envidiar la suerte de aquellos jóvenes, me decidí a ser cristiana, pues, tras haber sido curada de una leucemia, supe que la vida ha de ser para algo grande, que cada segundo se nos da para enraizarnos más en Dios.
Hna. Pastora
Madrid. Junio 1993, 6:30 de la mañana. Nos ‘colaron’ a un grupo de jóvenes en una Misa privada en la Nunciatura. Pasó a saludarnos uno a uno. Su mirada entró hasta el fondo y me levantó del sinsentido que me estaba ahogando. No era solo el Papa, era Dios en el Papa quien me miraba: “Veo todo lo que eres y no me escandalizo. Tu vida me importa”. Y comencé a respirar…
Hna. Ruth
En 1993, cuando vino a Madrid, nos decía que Cristo es la vida y la libertad. No lo pude dudar, lo veía en él. Comprendí que se podía vivir de otra forma, que se podía conocer la verdad y ser libre. Volví a la Iglesia donde pude encontrarme con Jesucristo, y hoy puedo gritar llena de alegría: ¡Cristo es mi vida!
Hna. Mª José
Yo era de las que llamaba fanáticos a los cristianos por ir tras un anciano que poco tenía que decir a mi vida. Ahora, como religiosa contemplativa, le pido que me enseñe a entregarme como él lo hizo, porque ahí está la belleza y la alegría. Y esto me lo ha mostrado la Iglesia. Me queda la pena de no haberle seguido cuando él vivía. Ahora le siento en la comunión de los santos.
Hna. Getsemaní
10 de noviembre de 2000. El Santo Padre no podía controlar su cara ni sus miembros; todo él, doblado, era llevado al altar de San Pedro sobre una base rodante agarrado a una barandilla; al pasar junto a mí me miró largamente y su expresión se volvió sonrisa y abrazo; una mirada única para alguien únicamente amado; una mirada llena de vigor, ánimo y alegría. Para mí es un misterio que cada día cobra más fuerza; era vida que daba vida, un padre.
Hna. Benedicta
En casa seguía por televisión el encuentro con los jóvenes de Juan Pablo II en Cuatro Vientos. Cansado y enfermo dijo: “Joven, si sientes la llamada de Dios, ¡no la acalles!” Se grabaron en mí estas palabras y su gesto fuerte y firme que solo a la luz de este hoy comprendo. En ese momento dejó de ser un anciano enfermo y cansado: se llenó de vida y de la fuerza que solo da el Espíritu Santo. No puedo más que vivir agradecida.
Hna. Anyella
Tantas veces había confundido el anhelo profundo de amor verdadero y lo había buscado por caminos que rebajaban mi vida… Pero ahora ese mismo anhelo me había llevado hasta París para la JMJ y, aunque mi actitud podía parecer más la de una turista que la de una peregrina, me encontré ante el Santo Padre rodeada de cristianos.
El Papa, enfermo, extenuado, estaba dispuesto a entregar allí, si fuera necesario, hasta el último aliento para anunciarme y mostrarme en su propia existencia ese Amor verdadero que mi corazón buscaba y pudo reconocer: Jesucristo.
Bastó un instante para sentir, a través de la presencia sufriente del Papa, que la vida era algo muy bello. De improviso resultaba hermoso ser cristiano. Este encuentro cambió mi vida, y me lanzó al seguimiento de Cristo que “me amó y se entregó por mí”.
Hna. Israel
“En Cristo están todas las respuestas a las preguntas de vuestro corazón. Todo lo que buscáis, el deseo de felicidad, todas vuestras inquietudes tienen un nombre: Jesucristo”.
Mientras Juan Pablo II decía esto, le miré a los ojos (unos metros delante de mí) y supe que era verdad, que me conocía, o mejor, que me amaba y me llevaba en las entrañas. Por la comunión de los santos, le pedí esa fe inquebrantable y esa adhesión a Cristo que él me hizo desear en aquel encuentro. Sí, yo también deseaba la santidad. ¿Acaso no se hace envidiable una vida llena y coherente en la entrega de la vida?
Él sigue estando vivo en mi vida; más vivo, si cabe. Sigue siendo un acompañante exigente y fiel en mi camino de fe y en el seguimiento a Cristo.
Hna. Josué
El 3 de enero de 1991, el Papa Juan Pablo II bendijo a mi familia al ser enviada en misión a los Estados Unidos. Yo tenía 5 años, y desde entonces él fue padre y guardián de mi vida. Cuando con 19 años lo veía por la tele, me conmovía ver a un padre que llora por sus hijos, por el terrorismo, la guerra… Él amaba a la humanidad, me amaba a mí. Siempre fue un testimonio de vida para mí. Tenía belleza incluso en su enfermedad. Cuando en Cuatro Vientos lo vi, dijo: “Soy un joven de 83 años”, y por dentro me decía a mí misma: ‘Quiero vivir como él, deseo una vida bella, grande, apasionante: Jesucristo’.
Hna. Talya
Fui a la JMJ del 2000 en Roma, Año del Jubileo, porque iban todos mis amigos, pero sin que tuviese un verdadero significado para mí. Cuando llegó el momento de la Vigilia, al entrar el Papa en el recinto, una fuerza me movió a acercarme todo lo posible (nunca me he movido igual). Me puse en primera fila y vi pasar a Juan Pablo II. ¡A pesar de su ancianidad estaba lleno de vida! Hubo un segundo en que me miró y me traspasó. Me ardía el corazón y reconocí que era el mismo Cristo quien me miraba y me levantaba a vivir. Nunca olvidaré esa mirada. En la pequeñez, la grandeza de vida.
Hna. Ruth Caridad
No he visto mayor belleza que la de un hombre entregado hasta el extremo. Yo quiero eso para mí. Lo vi en Lourdes en su último viaje, cuando estaba ya muy enfermo. No se ahorró venir a mostrarnos el sentido de la alegría de un hombre a pesar de sus sufrimientos. Él nos amaba. Yo tenía 15 años, un hermano con cáncer; y aunque apenas entendía nada, deseé que Cristo tomase mi vida para vivir la plenitud que vi en Juan Pablo II.
Hna. Amada de Jesús
Él era un viejecito al final de sus días, yo era una jovencita en plenitud de fuerzas. Creía que el Papa no tenía nada que decir a mi vida. Salió a la ventana del Vaticano, no podía hablar, se le caía la baba, impotente tuvo que retirarse. Me conmovió. ¿Quién es este hombre? ¿Por qué no le avergüenza presentarse así ante el mundo? Vi la grandeza y dignidad de la vida del hombre, que yo todavía desconocía.
Hna. Elena
¡Vive! Esta fue la exclamación que se levantó en mi corazón cuando, al seguir por televisión los funerales de nuestro amado Papa Juan Pablo II, enfocaron su féretro mientras lo introducían en la Basílica de San Pedro. ¿Cómo puede ser que en la muerte de alguien tan querido quede en el corazón solo la vida? Juan Pablo II ha dejado grabado fuertemente en mí un deseo profundo de santidad como plenitud de vida.
Hna . Ana Mª
El testimonio de los santos del pasado es ciertamente conmovedor, pero su presencia en nuestro tiempo tiene una fuerza inusitada. La santidad no es cosa de otros tiempos; no hay disculpa para no ser hoy un cristiano lleno del fuego del Espíritu.
Juan Pablo II fue uno de los ‘pequeños del Reino’ que se dejó hacer en el abrazo de Jesucristo.
Hermanas de Iesu Communio