Dios sueña en José
Soñaba Dios, soñaba José…
Soñaba Dios, soñaba José…
Benedicto XVI
El sueño de Dios se esboza en el sueño de un hombre. Soñaba Dios, soñaba José. El misterio del universo, su origen y su destino, se dibuja en el sueño de José el carpintero… ¡Las cosas de Dios! ¿Quién podría imaginar que asomarse al sueño del carpintero nos acercaría al abismo del amor de Dios, que se manifestará en la carne del hijo de María, en la carne de Dios, en la que Dios nos soñó y nos creó? El designio de Dios asombra a la imaginación humana cuando la razón, iluminada por la fe, reconoce en un Niño la clave de comprensión del universo, el sentido de la vida humana y de la creación toda.
El sueño de Dios no es una fantasía para distraernos sino una realidad acompañada de la gracia y el impulso para hacer que este sueño sea presencia y realidad. Cuando José se despertó, hizo lo que el ángel le había mandado: acoger a María y al hijo que ésta llevaba en sus entrañas (cf. Mt 1, 24). El sueño de Dios no adormila ni enerva nuestro ser de criaturas, sino que lo abre al designio de Dios que supera cualquiera de nuestras previsiones y humanas seguridades.
Poco después del nacimiento del Niño, el sueño de Dios vuelve a sorprender el sueño de José: “Levántate, toma al Niño y a su madre y huye a Egipto” (Mt 2, 14). Y el sueño de Dios se hace realidad en la obediencia de José, tanto en la oscuridad de la noche (“José se levantó, tomó al Niño y a su madre de noche y se fue a Egipto”) como en el horizonte de la vuelta a casa: “Se levantó, tomó al Niño y a su madre y volvió a la tierra de Israel” (Mt 2, 21).
Los sueños de Dios se hacen tan concretos como el Niño y la madre del sueño de José, un sueño en el que una madre acuna la carne de Dios, principio de una humanidad nueva. Los ojos de José, obediente al sueño de Dios, miran a María que en sus brazos mece a Jesús, Dios encarnado, en el que se nos ofrece una humanidad en la que mirarnos, la del Hijo de Dios, en la que podemos aprender de la paciencia y de los tiempos de Dios que son siempre tiempos de creación y de recreación, tiempos de salvación. En la Humanidad del Hijo de Dios se manifiesta y verifica lo verdaderamente humano: lo que nos hace a imagen y semejanza de Dios, lo que nos hace Cuerpo de Cristo.
El sueño de Dios no está lejos de los anhelos más profundos del corazón humano, pero pareciera que hemos dejado de soñar con Dios y, olvidados del sueño de Dios, es fácil caer en la pesadilla de la falta de sentido que deprime y decolora la vida hasta hacerla insoportable. Olvidados del sueño de Dios nos alejamos de la Humanidad del Hijo de Dios, nos olvidamos de aquello para lo que hemos sido creados, la vida en abundancia, porque a la verdad última de la carne de Jesús, a la resurrección, está llamada nuestra vida.
Dios va tejiendo nuestras vidas, minuto a minuto, puntada a puntada, hasta la novedad sin fin de la resurrección.
Vuestras hermanas de Iesu Communio