Dios no me ha quitado nada, se me ha dado a Sí mismo
Testimonio de las hermanas Benedetta y Siloé
Testimonio de las hermanas Benedetta y Siloé
Soy la hermana Benedetta, tengo 45 años. Nací en Murcia, pero he vivido bastantes años en Madrid.
En el colegio comenzó mi acercamiento a la fe, mi encuentro con el amor de Dios gracias al testimonio de una religiosa feliz, enamorada de Jesús. Con el paso de los años he comprobado la importancia de aquella experiencia en mi vida, y la nostalgia se encargaba de hacerla presente.
Toda mi vida he buscado el amor. Estudié Ciencias Económicas y después trabajé en el sector financiero. Tuve buenos trabajos, conocí gente maravillosa, tuve novio…, pero nada ni nadie podía apagar mi sed más profunda, llenar el vacío que se enseñoreaba de mi corazón. Y así iban pasando los años, cada vez más desilusionada y con más preguntas que se alzaban en mi interior: ¿qué me pasa?, ¿por qué no encuentro el amor de mi vida?, ¿qué falla en mí?
Intentaba acallar el grito de mi corazón: salía muchísimo, me volcaba en la diversión, los placeres, viajes… en definitiva, una vida hedonista centrada en mí. Para la gente yo lo tenía todo, pero en mi interior latía una pregunta: «¿Qué estás haciendo con tu vida? Si hoy fuese tu último día, ¿cómo podrías resumir tu vida?». Y Dios es tan bueno y misericordioso que un buen día salió a mi encuentro. No sé cómo, pero por pura gracia tomé la decisión de ‘dejar de salir’ y comencé a ir todos los días a misa… hasta el día de hoy.
Ha sido un camino precioso de amor, donde Él me ha ido guiando. El Espíritu me movió a hacer una confesión general con mi director espiritual y, sintiéndome perdonada, me puse delante de Dios y le pregunté: «Señor, ¿qué quieres de mí?».
El Señor siempre responde, ¡siempre! Conocí a la comunidad de Iesu Communio y reconocí mi lugar. Así de sencillo. Comprendí las palabras de la Madre Teresa: «Allí donde intuyas que vas a ser feliz, ése es el lugar elegido por el Señor para ti».
Puedo dar testimonio de su continua presencia y de que Él es la respuesta a toda mi vida; que era Su amor lo que yo buscaba tan desesperadamente. Solo su amor me ha devuelto la vida. Solo su amor ha hecho que pasara de la soledad a la comunión. Solo su amor va curando mis heridas más profundas, va poniendo en mi corazón el deseo de entregar mi vida para que otros puedan encontrarse como yo con la auténtica Vida.
Por eso soy tan feliz al poder consagrar toda mi existencia al Señor, al Amor de mi vida. Llego a este momento con la certeza de que Él nunca falla, de que en sus manos la vida es apasionante y bella.
Dios no me ha quitado nada, se me ha dado a sí mismo.
En el nuevo nombre que el Señor me regaló se encierra toda mi historia de salvación. Benedetta, es decir, bendita: «bendita porque has creído». Creer en su amor da sentido a mi existencia; la fe en su amor me hace bendición para los demás.
Me llamo Siloé, hace 34 años nací en Madrid y he tenido la inmensa dicha de conocer a Jesús desde pequeña: Él siempre ha estado conmigo, y yo sabía que Él me cuidaba. Pero fue a los 14 años, al llegar a la parroquia para la catequesis de Confirmación, cuando me encontré el amor de Cristo también en la Madre Iglesia; encontré una familia más grande en la que fui descubriendo a lo largo de los años que yo tenía sed de Jesús, y lo más importante, que Él tenía sed de mí.
Era una chica normal, me gustaba mucho salir, me encantaba la carrera de Ingeniería técnica de obras públicas que cursé, pero sabía que había encontrado la Vida, con mayúsculas, en Jesús y su Iglesia, y esto era lo que me motivaba a seguir buscando. En Cuatro Vientos, con San Juan Pablo II, en el 2003, intuí que Él me llamaba, pero ante su «sígueme» me llené de miedo y un poco inconsciente me tapé los oídos. Pero poco a poco me fui llenando de tristeza cerrándome a su llamada.
En diciembre del 2006 vine con la parroquia a conocer la comunidad de Iesu Communio, había oído hablar mucho de ellas, y en el fondo intuía que, si algún día venía, me quedaría. Cuando en el locutorio cantaron «Soy de Cristo», mi corazón exclamó: «¡Yo también soy de Cristo!, pero ¿monja?…».
Al fin Él rindió mi corazón, y entré en la comunidad en el 2011 y ahora sólo me entiendo siendo enteramente suya. Me lo he encontrado Todo, Él me va afianzando en la realidad preciosa de su Amor. He encontrado a un Dios magnánimo que no es ladrón a la puerta ⎼así sentía yo antes la vocación⎼, sino que viene a dárseme entero. Él siempre fue quien anhelaba mi corazón, tardé en darme cuenta, y ahora puedo decirle un sí para siempre, porque Él, primero, me ha dicho sí para siempre en su Misericordia y Fidelidad.
Me llamaba Laura, y con mi nuevo nombre, Siloé, quiero expresar mi identidad. Algunos Padres de la Iglesia relacionan la fuente que regaba el Paraíso con el Costado traspasado de Jesucristo; de esta fuente nacía el río Guijón, que llena la piscina de Siloé. Por esto, cuando Jesús me regaló este nombre, me concedió conocer mi identidad más profunda: la mujer que nace de su costado abierto y que Él forma y colma con su agua viva.
Además, yo veo en la piscina de Siloé la figura de la Madre Iglesia, que acoge a los que llegan tal y como están, como acogió al ciego de nacimiento, cuando por mandato de Jesús fue a lavarse en ella (cf. Jn 9). Pero no fue Siloé quién lo curó, sino Jesús a través de ella. Y este es mi gozo: que se le vea a Él a través de mí, porque Él es mi Fuente y mi Todo.
Por último, Siloé significa «enviado», y Jesús fue enviado para mostrarnos su Amor en total humildad, se postró a nuestros pies. Y ésta es la llamada que siento: a los pies de Jesús y de la Iglesia entregar mi vida amando.