Al entrar en el mundo dice: “Señor, me has dado un cuerpo para hacer tu voluntad”
(Hb 10, 5 y 8)
Descendió hasta nosotros para conferirnos los carismas de los sentidos de modo que nos acerquemos a la realidad de una manera nueva: con un corazón que se configura con el de Cristo, con unos ojos que ven a Cristo, con unos oídos que escuchan a Cristo, con una respiración que aspira a Cristo y con una boca que proclama a Cristo. Y cuando estos carismas se hacen carne en nosotros, cuando se hacen cuerpo con nosotros hasta el punto de saber reconocer a Dios hecho niño en cualquier situación, nuestra vida se postra en acción de gracias y se hace donación reverente ante Dios que previamente se ha inclinado hasta nosotros, servicio perenne ante las carencias de quienes nos rodean y asomo de sentido para los buscadores de la Verdad, el Bien y la Belleza.
Quien ha recibido bienes de Dios y los comparte, llega a ser dios que abastece a quienes reciben esos bienes. Ese se hace presencia del don de Dios en la tierra.
Juan José Ayán