Soy de Cristo

Todos los creyentes perseveraban unánimes en la oración, en torno a María, en María, la Madre de Jesús. De pronto, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la sala donde se encontraban. Y aparecieron unas lenguas como llamaradas, que se posaban en cada uno. Y se llenaron todos del Espíritu Santo. Hoy, en el seno de nuestra Madre la Iglesia, nosotros recibimos ese mismo Espíritu y esa misma Sangre, el fuego ardiente de los discípulos de Cristo, de nuestros primeros padres y hermanos de la Iglesia naciente.

Una multitud cada vez mayor se adhería al Señor:
‘Queremos ser discípulos de Cristo,
cristianos, ¿qué hemos de hacer?’

Sólo se nos pide convertirnos al Señor
y estrechar la vida nueva
que fluye sin descanso de la Iglesia
y a una nos lanza a gritar:¡soy de Cristo!

Y lo que tengo te doy, nuestro gran Tesoro,
y es que no hace falta más que Jesucristo (bis)
¡Ven y verás!

Un solo corazón, un solo Espíritu,
todo lo tienen en común.
Lo venden todo para poseerlo Todo,
gozosos mendigos del Señor.

Sólo se nos pide convertirnos al Señor
y estrechar la vida nueva
que fluye sin descanso de la Iglesia
y a una nos lanza a gritar: ¡soy de Cristo!

Y lo que tengo te doy, nuestro gran Tesoro,
y es que no hace falta más que Jesucristo (bis)
¡Ven y verás!

El fin de la unidad de los discípulos de Cristo
no es solamente combatir el mal,
sino irradiar la Victoria de la Pascua,
pasar haciendo el Bien.

Sólo se nos pide convertirnos al Señor
y estrechar la vida nueva
que fluye sin descanso de la Iglesia
y a una nos lanza a gritar: ¡soy de Cristo!

Y lo que tengo te doy, nuestro gran Tesoro,
y es que no hace falta más que Jesucristo (bis)
¡Ven y verás!

Y lo que tengo te doy, nuestro gran Tesoro,
y es que no hace falta más que Jesucristo (bis)
¡Ven y verás!